viernes, 20 de marzo de 2020

Aprovechar la ocasión (I)


Aprovechar la ocasión (I)

Os 14,2-10: No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.
Sal 80,6c-8a.8bc-9.10-11ab.14.17: Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
Mc 12,28b-34: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor y lo amarás.

Las lecturas de la Misa de hoy pueden hacernos descubrir algunas cuestiones valiosas a considerar en las presentes circunstancias.
El Señor llama a su pueblo Israel a convertirse al Él: "Conviértete, Israel, al Señor tu Dios".Nosotros, miembros de la Iglesia, el nuevo Israel, somos nuevamente llamados a convertirnos a nuestro Dios y Señor. No solo a "volvernos", —como traduce el castellano— sino a "convertirnos", tanto en el sentido de hacerlo conjuntamente con los demás (volvernos con) como en el sentido de rectificación moral. Necesitamos la conversión personal y comunitaria, individual y colectiva. Cada uno estamos necesitados de esa conversión. Nuestra vida, la de cada uno, tiene necesidad de dirigirnos a Dios. Y también, como iglesia, como miembros de la familia de los hijos de Dios, estamos precisados de examinar hacia dónde estamos dirigiendo nuestra mirada y nuestros pasos.El Señor nos sigue diciendo la razón y el motivo por el que nos hace el apremio de volvernos, convertirnos a Él: "porque tropezaste por tu pecado". Si no reconocemos nuestros tropiezos y nuestros pecados, no será posible la conversión. Es preciso primero reconocer que hemos tropezado, que hemos caído, que nos hemos lastimado, a causa de nuestra iniquidad, de nuestra maldad, de nuestros pecados.Esta situación debe hacernos reconocer nuestros pecados. De otra manera no aprovecharemos la ocasión. Es el mismo Dios el que nos lo está diciendo. Y nos advierte: "Yo soy el Señor Dios tuyo. Escucha mi voz". El Señor, Dios nuestro, nos está hablando a través de esta situación tan dura y difícil como le habló entonces a Israel. Corremos el riesgo de no escucharle, de quedarnos en las consideraciones meramente humanas, oyendo la voz de los hombres pero no la de Dios. ¿Qué nos está diciendo el Señor? ¿Acaso no escuchamos que se queja con razón de que estamos vueltos al mundo, a las cosas materiales, al bienestar, a la comodidad, a los caprichos, a lo superfluo, a la banalidad? ¿Acaso no escuchamos que nos está diciendo que ponemos nuestros anhelos muchas veces en cosas vanas, pasajeras, cosas que se acaban? ¿Acaso no escuchamos que el Señor nos reprocha con razón nuestra superficialidad, la frialdad e indiferencia de nuestro amor hacia Él y hacia el prójimo? ¿No escuchamos cómo Dios se lamenta y llora nuevamente viendo la falta de fe de sus hijos? ¿En quién está puesta nuestra confianza? Ahora que estamos en un aprieto, en una gran dificultad, ¿en quién confiamos?"Asiria no nos salvará". Los israelitas son conscientes de que no es un gran imperio, una poderosa nación de la que les vendrá la salvación. No, Asiria no nos salvará. No nos salvará China, ni la Unión Europea. No nos salvará Estados Unidos. Ni siquiera nos salvará la unión y la solidaridad entre los españoles, a pesar de ser una gran nación con gente estupenda. La salvación no viene de la tierra sino del Cielo. La salvación no viene de los hombres sino de Dios. Y si no somos conscientes de ello pereceremos. Corremos el riesgo de pensar con simplicidad según el slogan de la campaña lanzada por el gobierno: #EsteVirusLoParamosUnidos.Lo vamos a escuchar, a ver y a leer estos días por todas partes en las principales cabeceras de prensa escrita, en redes sociales, en radio, televisión, prensa e internet. Pero no es verdad y sería un error pensar que basta con nuestra unidad para vencer. Sería empecinarnos en el error que nos ha hecho tropezar, sería enquistarnos en nuestra maldad, en nuestra iniquidad, en nuestro pecado de soberbia, de autosuficiencia. Este virus no lo paramos ni unidos, ni juntos, ni con la solidaridad, ni con medidas sanitarias, ni con la ayuda de China, ni la de la Unión Europea, ni de Estados Unidos. Este virus solo lo parará Dios cuando quiera. Y querrá cuando convenga. Cuando sea mejor para nosotros. Porque estas situaciones, como le sucedió al pueblo de Israel han venido por nuestra culpa, por nuestros pecados, por nuestras maldades. De todos, las tuyas, las mías y las de todos los hombres. Porque no escuchamos a Dios. Nos escuchamos a nosotros mismos. Escuchamos a nuestros caprichos, a nuestro egoísmo, a nuestra concupiscencia y a Dios le decimos de malas maneras: "¡Cállate! No molestes. Déjame en paz".Y de vez en cuando el Señor nos hace caso y nos deja un instante, que basta para que la torre de nuestro orgullo se venga abajo y nos sepulte entre el estruendo y el polvo quedando todo reducido a escombros. Demasiadas veces nos empeñamos en levantar Babel a pesar de que una y otra vez el empeño termina en desastre. No aprendemos la lección. Y mientras el Señor nos repite con la tristeza de un padre que sufre con nuestro abandono: "¡Ojalá me escuchases, Israel". ¡Ojalá me escucha se mi pueblo y caminase Israel por mi camino! Los alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre". Pero no hacemos caso. ¿Haremos ahora igual? ¿Vamos a desoír una vez más al Señor? "Asiria no nos salvará". No nos va a salvar el gobierno, ni ningún poder humano. Solo nos salvará Dios si nos volvemos a Él, si nos convertimos a Él con llanto, con luto, con oración y penitencia. Y cuanto antes nos demos cuenta de ello, mejor. Ay de nosotros si seguimos poniendo nuestra confianza en los hombres. "Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre". Ese es nuestro castigo. La Iglesia nuestra madre, nos ha enseñado siempre a orar así, especialmente en el tiempo de cuaresma con la Sagrada Escritura: "Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.Dios nuestro sálvanos. Sálvanos de nuestra falta de fe; de nuestra falta de confianza en tu divina providencia y nuestro apego a los bienes de la tierra. Sálvanos de la excusa de que no somos malos, de que no somos ladrones ni asesinos. Sálvanos, Señor, de nuestra mediocridad y de nuestra tibieza. Aún no nos hemos enterado de lo verdaderamente importante, de lo principal, de lo esencial.«¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que éstos».Señor, ¿te amo yo así? ¿Te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todo mi ser? ¿Eres Tú lo más importante de mi vida? ¿Eres Tú al que busco continuamente? ¿Hacia dónde está vuelto mi rostro? ¿Hacia Tí o hacia las cosas?

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